La obra que he elegido para el ejercicio es La Eneida, de Virgilio. A pesar de ser incapaz de retener parentescos, incluso nombres, y roles de los personajes, me apasiona la mitología griega (y romana), así como el mundo de la Roma Clásica. Por todo esto, decidí que, tras haber leído La Iliada y La Odisea, era casi un deber para conmigo “cerrar” esta historia y descubrir cómo confecciona Virgilio su poema para encontrar las raíces de Roma en una descendencia Troyana.
La historia comienza la famosa noche en la que “ardió Troya”; los aqueos salen de su caballo y, ayudados por un soldado griego supuestamente perseguido por un jefe aqueo, que pide asilo en la ciudad, y por la propia Helena, abren las puertas de Ilión y permiten la entrada del ejército invasor.
Eneas, un prominente ciudadano troyano, e hijo de Venus (afrodita en la mitología griega, pero recordemos que Virgilio es romano), salta de su cama despertado por el fragor de la lucha que se está trabando en toda la ciudad y no duda en lanzarse a la contienda causando estragos en las tropas griegas, pero la ciudad está perdida. Vuelve a su casa y, tras una oración de su padre Anquises, recibe una señal inequívoca de Júpiter (Zeus) animándoles a dejar la ciudad, cosa que hacen acompañados de un grupo de ciudadanos.
Tras la huida, pasan por el templo de Apolo, cuyos oráculos les vaticinan la fundación de una ciudad donde ya moraron sus antepasados. Esto da lugar a la fundación de Pérgamo. Pero al poco tiempo sobreviene una peste, y en sueños se le revela a Eneas que las tierras donde está predestinado a fundar su nueva ciudad se encuentran en Hesperia (Italia), lugar de origen del antepasado troyano Dárdano.
Continúan, pues, su viaje, y les es vaticinado por otras fuentes acontecimientos futuros en el mismo sentido, añadiéndoles una cruel guerra en tierras itálicas previas a la fundación de la nueva Troya, y aconsejándoles que visiten a la Sibila cuando lleguen. Entretanto acontece la muerte del padre de Eneas, el anciano Anquises.
La cruel Juno, esposa de Júpiter, mantiene su odio hacia los troyanos incluso después de su derrota. Y sabedora de la gloria a la que están llamados –son los futuros fundadores de Roma- intenta por todos los medios, hasta el final, evitar los designios que les están reservados. Así, apela a Eolo para que la flota de los huidos se pierda o se hunda. A pesar del enfado de Neptuno, dios del mar, consigue que la flota se divida en dos, pero el hermano de Zeus, dado su enfado, les permite llegar a las costas de Libia.
Allí reina Dido, una viuda exiliada de Tiro. Ante ella van los dos grupos de troyanos para pedir su hospitalidad, reencontrándose los compatriotas para su dicha. Venus, la madre de Eneas, temerosa de que Dido dispense un mal trato a su hijo, le encomienda a Cupido que tome la forma de Iulo, hijo de Eneas (este Iulo se supone ascendente de la familia Julia, se puede apreciar el parecido del nombre, y es en lo que se va a basar Julio César siglos después para legitimarse como divino, descendiente directo de Venus) para acceder a Dido y hacer que se enamore del caudillo troyano, asegurándose así la seguridad de su hijo. Su amor se materializa en un día lluvioso de cacería, en una cueva, tras el acuerdo entre Venus y Juno para que Eneas corresponda al amor de la reina libia permaneciendo juntos en el país de ésta; así Venus se aseguraría de que su hijo no correría más peligros y Juno de que éste no consiguiera la gloria que le estaba predestinada.
Entonces Júpiter, tras saber de esta treta urdida por su hija y su esposa, y temeroso de que Eneas no complete el viaje que materializaría sus designios, manda a Mercurio para que le recuerde su destino. Éste, con gran pena por el amor que le tiene a Dido, lo acepta, y tras comunicar la funesta noticia a la reina parte en busca de la esperada Italia. La reina, incapaz de soportar la pena y la humillación, se suicida.
La expedición se detiene en Sicilia, donde se realizan juegos. Pero la malévola Juno, siempre urdiendo contra los dárdanos, envía a Iris en forma de una anciana troyana para que promueva entre las mujeres la idea de que tienen que dejar de viajar, y las insta a quemar las naves. Acuden los hombres y Júpiter concede a Eneas la petición de acabar con el incendio.
Recomendado por su padre Anquises en sueños, Eneas decide permitir establecerse en al isla a los que no deseen continuar con el viaje, y a la vez el anciano insta a su hijo a que le visite en el Averno, el mundo de los muertos.
Así, decide continuar el viaje el valiente Eneas, dirigiéndose a visitar, como se le había aconsejado, a la Sibila. Llegando al templo, se le profetiza la victoria en una cruenta guerra antes de la fundación de la ciudad.
El dárdano aprovecha la oportunidad y le pide ayuda a la Sibila para, siguiendo el mandato de su padre, acceder al Averno. Tras las instrucciones dadas por la Sibila, este le acompaña al inframundo.
Cruzan la Estigia con Caronte, y allí puede encontarse con héroes de la guerra como Héctor. Se adentran en la zona donde moran las almas bondadosas para buscar a Anquises, y allí le encuentran. Este, tras un rencuentro entrañable, le advierte que las almas buenas vuelven al mundo de los vivos reencarnados, y le muestra estos futuros personajes, tales como César, el propio Augusto (protector en cierto sentido del autor de la obra, Marcelo…) Eneas regresa del Averno, con algunas indicaciones de su padre para la guerra que se le vaticinó en Hesperia.
Sigue el viaje, y llegan a las vegas y el bosque del Tíber, por fin a la tierra prometida. Allí se asienta un pueblo, cuyo rey, Latino, tiene una hija, llamada Lavinia. Se produjo un augurio que vaticinaba que su hija había de casarse con un extranjero que vendría por el mar. Sin embargo, la princesa estaba prometida a otro rey de la zona, el belicoso Turno.
Latino, confiante en su augurio, ve con buenos ojos la unión de su hija con Eneas, al que recibe en su palacio. Allí acuerdan que los troyanos se asienten en aquellas tierras.
Juno, hastiada por la buena estrella del caudillo dárdano, envía a Alecto, erinia (o furia) encargada de castigar los delitos morales, para promover la guerra de los pueblos ítalos contra los troyanos; primero hechizando mediante una picadura de serpiente a la esposa de Latino, la reina Amata, para que esta convexa al rey de que mantenga el enlace programado con Turno, pero este no cede. Entonces la reina se lanza fuera del palacio a poner en contra a las mujeres contra el extranjero, argumentando que éste sólo traerá la guerra y la muerte a sus hijos. La erinia insufla también el odio a Turno, precipitando así la guerra entre dárdanos y rútulos (la alianza de pueblos ítalos). Venus, previendo la cruel lucha que había de producirse, le suplica a su marido Vulcano que fabrique para su hijo un escudo, espada y yelmo. Este sucumbe a las súplicas de su esposa y fabrica unas armas espectaculares para Eneas, con representaciones del futuro de los romanos, apareciendo en ellas figuras como Escipión y Julio César.
Eneas traba una alianza con uno de los pueblos dárdanos, los Palanteos, por recomendación directa del dios Tíber, dejando el campamento dárdano.
Las tropas rútulas atacan el campamento troyano, por tanto, en ausencia de su caudillo Eneas. Estos, siguiendo las indicaciones del hijo de Anquises, se defienden tras su empalizada, y Turno decide aprovechar para quemar sus naves para que los invasores no puedan escapar, pero la diosa Rea convierte los barcos en Ninfas. Estas, en el viaje de vuelta de Eneas al campamento, le advierten del cerco de los rútulos a sus compatriotas, con lo que el caudillo se da prisa en llegar a la batalla. Al llegar se traba una feroz batalla en la que muchos de ambos bandos pierden la vida, pero al ver que la situación se decanta para los troyanos, Juno se mete en la contienda con el aspecto de Eneas para confundir a Turno; este le sigue a un barco, engañado, y la misma Juno hace que la nave zarpe, alejándole de la batalla y evitando así que perdiera la vida.
Después de la batalla, algunos rútulos empiezan a plantearse cederle las tierras que se le prometieron a Eneas y darle la mano de Lavinia, pero Turno se opone frontalmente.
Las partes en lid acuerdan que la guerra se dirima en un enfrentamiento directo entre los dos líderes, Eneas y Turno. Juno, sabedora de la inferioridad de su protegido, urde una nueva estratagema para salvaguardar la vida de Turno y con ella la esperanza de que se cumplan los augurios de grandeza para los troyanos: manda a la hermana de Turno, con la apariencia de un veterano soldado rútulo, a insuflar vergüenza a los demás soldados por no batirse en batalla contra los extranjeros, provocando así el incumplimiento de los pactos y provocando una batalla general.
Tras varios avatares de la batalla en los que la hermana de Turno sigue protegiendo a éste, Eneas es herido y curado por inspiración de Venus, el suicidio de Amanta tras pensar que Turno había muerto… Júpiter se encara a Venus para decirle que le queda prohibido intervenir más en la guerra. Esta acepta, bajo la condición de que, tras la unión entre los troyanos y los latinos, el nombre de los extranjeros se pierda en el tiempo y lo engulla la historia. Tras esto se produce el enfrentamiento definitivo entre Eneas y Turno, del que sale victorioso el caudillo dárdano dándole muerte al líder rútulo.
El poema está inacabado. De hecho, el autor pidió que a su muerte, se prendiera fuego a su casa con toda su obra dentro. Augusto, a la muerte de Virgilio, no permitió que La Eneida fuera pasto de las llamas y mandó que se recuperara la obra antes de que se obedeciera la voluntad del genial escritor.
Se trata de una obra que, aun carente de un gran rigor histórico, tiene un increíble valor si tenemos en cuenta que es uno de los pilares, junto con La Iliada y La Odisea, de la cultura occidental.