jueves, 15 de diciembre de 2011

Sweezy. Crisis capitalistas: almacenes llenos, estómagos vacíos

Hemos oído muchas veces que el sistema capitalista es un sistema de contradicciones. En el capítulo de Sweezy Naturaleza de las crisis capitalistas se pone de manifiesto una de estas contradicciones; para mí, la más ridícula: crisis de sobreproducción. ¡¡Sí sí, DE SOBREPRODUCCIÓN!! La lógica (es curioso cómo las palabras se ríen de nosotros, y para explicar algo con tan poco sentido tengo que utilizar ese término) del proceso es la siguiente:
Interrupción de la circulación: existencias de mercancías invendibles> necesidades insatisfechas> crisis de sobreproducción.
Es decir; existen materias primas, existe un trabajo, existen unas necesidades de consumir lo producido (demanda), pero sin embargo se da una situación de sobreproducción. Los almacenes están llenos y los estómagos vacíos.
Desde un punto de vista más técnico voy a intentar explicar, a grosso modo, lo que nos expone Sweezy como la razón de la propensión de la lógica capitalista a las crisis.

Hay que partir de la premisa básica: la causa de las crisis hay que buscarla en la interrupción de la circulación del dinero. A produce y vende, pero no compra a B. éste último, al no vender lo que produce, no puede comprar a C, quien a su vez deja de comprar a D y así sucesivamente. Es en este momento en el que la “crisis de sobreproducción” toma su nombre, puesto que coinciden mercancías sin vender con necesidades insatisfechas.

El modo de producción pre-capitalista o modo de producción simple sigue el siguiente esquema: M-D-M (mercancía-dinero-mercancía).
 Bajo este modelo, es igualmente posible la interrupción de la circulación del dinero. Lo que ocurre es que normalmente esta interrupción vendrá originada por causas externas al ciclo económico: por guerras, pestes, malas cosechas, etc…
Añadiremos que, a pesar de denominar este modo de producción como pre-capitalista es el esquema que utiliza y seguirá utilizando el trabajador: tiene una mercancía, su fuerza de trabajo, que vende al capitalista a cambio de dinero, que es su salario, y con éste adquiere otras mercancías para satisfacer sus necesidades. El dinero, por tanto, para el trabajador es un medio, no un fin. Le mueve el valor de uso.

El modelo de producción capitalista sigue otro esquema: D-M-D’ (dinero-mercancía-dinero’). Es decir, invierte dinero para producir una mercancía y venderla a un precio más elevado de lo que era en su origen para obtener más dinero o beneficio. Hay que tener en cuenta que la inclinación natural del capitalista es producir beneficios para sí mismo, entra en su propia definición.
Teniendo en cuenta esto, podemos entender fácilmente que si la tasa de ganancia ordinaria (beneficio) se ve reducida (no digamos ya que la tasa se vea en negativo), el capitalista tenderá a una reducción en sus operaciones. Quizá buscará una industria alternativa que le reporte una tasa de ganancia superior a la ordinaria, e incluso podría lograrlo. Sin embargo, esto no quiere decir que vaya a hacer nuevas inversiones inmediatamente; de no ser así, caso más que probable, el capitalista ya está provocando una interrupción en la circulación del dinero. Más aún; si la tasa de ganancias que el capitalista tiene por ordinaria desciende en casi todas o todas las industrias, de nuevo el potencial inversor permanecerá con su dinero debajo del colchón, sin ponerlo a circular. Es decir, incentivando una crisis de sobreproducción.

Por lo tanto, podemos concluir con que el modelo de producción capitalista posee unas características que hacen que sea inherente en él la existencia de asiduas crisis.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Lolita, de Nabokov

He elegido  como una de las lecturas el libro de Nabokov, Lolita. Como en infinidad de casos, desafortunadamente, la película que versiona la obra literaria se hace más famosa que ésta. La imagen que tenía de la creación del ruso era un vago recuerdo de la película dirigida por Kubrick; vago porque la vi hace aproximadamente quince años. Por eso, en parte, decidí conocer esta obra tan famosa de la literatura del Siglo XX.
Nos encontramos en sus páginas con el retrato de la obsesión de un hombre; un europeo, estudioso de la literatura inglesa y francesa emigrado a los Estados Unidos con ciertos problemas psicológicos. Y, lo más importante en el desarrollo de la historia, amante de la belleza femenina en sus años previos del paso a la pubertad (habrá quien diga que decirlo así es un puro eufemismo de la palabra pederasta). Dando trompicones por el país norteamericano, recae en una casa en la que alquila una habitación, no de forma totalmente inocente, en la que vive una viuda de cierto atractivo y mediana edad con su hija de doce años, mucho más atractiva para el protagonista, llamada Lolita.
Aquí empieza la obsesión de Humbert, por la hija de la dueña de la casa en la que vive. Accede a casarse con la madre de Lolita sólo con la intención de tener a la niña ceca para saciar sus oscuras intenciones, si bien de una forma que preserve la inocencia de la nínfula (forma con la que denomina a las niñas preadolescentes que considera más bonitas) narcotizando en la noche tanto a la madre como a su nínfula.
De forma fortuita la madre descubre las intenciones de Humbert, y en la confusión del momento la dueña de la casa es atropellada mortalmente al cruzar la calle.
Humbert y Lolita emprenden un viaje sin destino concreto a  lo largo y ancho de todo el país, ya como amantes.
Tras recaer en una pequeña ciudad durante un tiempo en el que Lolita vuelve a la escuela, con la consecuente socialización de la niña, vuelven a la carretera en un nuevo viaje después de que la relación entre ambos se haga insoportable, cargada de celos y sospechas por parte del padrastro. En este nuevo viaje les va a la zaga un misterioso personaje, que aprovecha una situación para llevarse a Lolita lejos de Humbert con la complicidad de la nínfula, situación que atormenta al obsesivo protagonista, que emprende una desesperada e infructífera búsqueda de los amantes fugados.
Después de una relación con una mujer de vida incierta, y sin dejar de buscar a su Lolita, Humbert recibe noticias de ésta pidiéndole dinero para irse con su marido a Alaska en pos de una oportunidad de trabajo. El protagonista no tarda en encontrar a su hijastra y hacerle una breve visita en su casa, con su joven marido (sin relación alguna con el hombre que se llevó a la niña). Tras un tímido intento de persuadir a Lolita, embarazada, de que vuelva con él, la convence para que le diga quién fue su secuestrador para localizarle y asesinarle. Resulta ser una persona cercana al ámbito de la joven en la ciudad donde se convivieron con la difunta madre.
El europeo no duda en buscarle y le encuentra con gran facilidad dónde vive. Tras una breve entrevista con él, le asesina. Abandona la casa, coge el coche, e, inmerso en un grácil delirio, comienza conducir de una manera imprudente y enloquecida. Finalmente le da caza la policía.
Es ejecutado por el asesinato cometido, y Lolita muere al dar a luz.

La obra relata la obsesión que Humbert sufre hacia Lolita. Pero no es sólo eso; expresa una fatalidad innata de las mujeres, encarnada en la actitud malévola de la niña que, sabedora del poder que ejerce sobre el protagonista, explota de una forma cruel.
Pone sobre el papel la postura de un pederasta, y los posibles argumentos para que esa conducta se la pueda considerar como aceptable; tenemos que tener en cuenta que el narrador es el propio Humbert, por lo que su punto de vista se sobrepone al de cualquier otro.
El alcohol esta muy presente en la vida cotidiana del narrador; el autor lo introduce de una forma magistral, puesto que no le da el dramatismo ni el juicio de valor que se le da por hecho a la conducta del bebedor.
Otro aspecto magistral que pone de manifiesto el autor de su estilo es que sin mencionar las cosas explícitamente, el lector logra comprender sin ningún esfuerzo la idea que pretende. De hecho, a pesar de que la inmensa mayoría de la gente que ha escrito sobre esta obra la tilda de erótica, en ningún momento se narra ninguna situación de este tipo; lo que más se acerca a algo erótico son situaciones que simplemente deja entrever la pasión y lascivia que siente el protagonista hacia la Lolita, sin mostrarse explícito en ningún momento. Podríamos decir que Nabokov se limita a sugerir más que a describir, y de una forma más que discreta; no aparece un solo atisbo de obscenidad a pesar del tema de la obra.
También es notoriamente meritorio cómo el escritor ruso convierte al personaje teóricamente repugnante en el bueno de la historia; a pesar de su postura de degenerado y obsceno  el lector le tiene cariño al pederasta, desea que éste consiga lo que quiere. Crea una ínter subjetividad más que notable entre las piezas claves de las historias: el personaje y el que imagina al personaje.
Curiosamente, lo que más me ha gustado del libro es una nota aclaratoria del autor al finalizar la obra propiamente dicha en la que, en cierto modo, se defiende de las posturas más conservadoras que consideran inmoral y/o inaceptable la historia. Al leerlo uno se da cuenta de que se ríe de sí mismo, de su obra, de los críticos y de los editores. Esta parte explica el falso prólogo que propone el autor.
Quiero resaltar una interpretación que recoge el propio autor en esta curiosa nota llamada Sobre un libro llamado “Lolita”. En ella se ve la magnífica obra como “el viejo mundo que pervierte el nuevo mundo”, con todo lo significativo y lo que encierra la frase; recuérdese que la obra se desarrolla en los Estados Unidos y que el protagonista es europeo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La Eneida

La obra que he elegido para el ejercicio es La Eneida, de Virgilio. A pesar de ser incapaz de retener parentescos, incluso nombres, y roles de los personajes, me apasiona la mitología griega (y romana), así como el mundo de la Roma Clásica. Por todo esto, decidí que, tras haber leído La Iliada y La Odisea, era casi un deber para conmigo “cerrar” esta historia y descubrir cómo confecciona Virgilio su poema para encontrar las raíces de Roma en una descendencia Troyana.

La historia comienza la famosa noche en la que “ardió Troya”; los aqueos salen de su caballo y, ayudados por un soldado griego supuestamente perseguido por un jefe aqueo, que pide asilo en la ciudad, y por la propia Helena, abren las puertas de Ilión y permiten la entrada del ejército invasor.
Eneas, un prominente ciudadano troyano, e hijo de Venus (afrodita en la mitología griega, pero recordemos que Virgilio es romano), salta de su cama despertado por el fragor de la lucha que se está trabando en toda la ciudad y no duda en lanzarse a la contienda causando estragos en las tropas griegas, pero la ciudad está perdida. Vuelve a su casa y, tras una oración de su padre Anquises, recibe una señal inequívoca de Júpiter (Zeus) animándoles a dejar la ciudad, cosa que hacen acompañados de un grupo de ciudadanos.

Tras la huida, pasan por el templo de Apolo, cuyos oráculos les vaticinan la fundación de una ciudad donde ya moraron sus antepasados. Esto da lugar a la fundación de Pérgamo. Pero al poco tiempo sobreviene una peste, y en sueños se le revela a Eneas que las tierras donde está predestinado a fundar su nueva ciudad se encuentran en Hesperia (Italia), lugar de origen del antepasado troyano Dárdano.
Continúan, pues, su viaje, y les es vaticinado por otras fuentes acontecimientos futuros en el mismo sentido, añadiéndoles una cruel guerra en tierras itálicas previas a la fundación de la nueva Troya, y aconsejándoles que visiten a la Sibila cuando lleguen. Entretanto acontece la muerte del padre de Eneas, el anciano Anquises.

La cruel Juno, esposa de Júpiter, mantiene su odio hacia los troyanos incluso después de su derrota. Y sabedora de la gloria a la que están llamados –son los futuros fundadores de Roma- intenta por todos los medios, hasta el final, evitar los designios que les están reservados. Así, apela a Eolo para que la flota de los huidos se pierda o se hunda. A pesar del enfado de Neptuno, dios del mar, consigue que la flota se divida en dos, pero el hermano de Zeus, dado su enfado, les permite llegar a las costas de Libia.
Allí reina Dido, una viuda exiliada de Tiro. Ante ella van los dos grupos de troyanos para pedir su hospitalidad, reencontrándose los compatriotas para su dicha. Venus, la madre de Eneas, temerosa de que Dido dispense un mal trato a su hijo, le encomienda a Cupido que tome la forma de Iulo, hijo de Eneas (este Iulo se supone ascendente de la familia Julia, se puede apreciar el parecido del nombre, y es en lo que se va a basar Julio César siglos después para legitimarse como divino, descendiente directo de Venus) para acceder a Dido y hacer que se enamore del caudillo troyano, asegurándose así la seguridad de su hijo. Su amor se materializa en un día lluvioso de cacería, en una cueva, tras el acuerdo entre Venus y Juno para que Eneas corresponda al amor de la reina libia permaneciendo juntos en el país de ésta; así Venus se aseguraría de que su hijo no correría más peligros y Juno de que éste no consiguiera la gloria que le estaba predestinada.

Entonces Júpiter, tras saber de esta treta urdida por su hija y su esposa, y temeroso de que Eneas no complete el viaje que materializaría sus designios, manda a Mercurio para que le recuerde su destino. Éste, con gran pena por el amor que le tiene a Dido, lo acepta, y tras comunicar la funesta noticia a la reina parte en busca de la esperada Italia. La reina, incapaz de soportar la pena y la humillación, se suicida.

La expedición se detiene en Sicilia, donde se realizan juegos. Pero la malévola Juno, siempre urdiendo contra los dárdanos, envía a Iris en forma de una anciana troyana para que promueva entre las mujeres la idea de que tienen que dejar de viajar, y las insta a quemar las naves. Acuden los hombres y Júpiter concede a Eneas la petición de acabar con el incendio.
Recomendado por su padre Anquises en  sueños, Eneas decide permitir establecerse en al isla a los que no deseen continuar con el viaje, y a la vez el anciano insta a su hijo a que le visite en el Averno, el mundo de los muertos.

Así, decide continuar el viaje el valiente Eneas, dirigiéndose a visitar, como se le había aconsejado, a la Sibila. Llegando al templo, se le profetiza la victoria en una cruenta guerra antes de la fundación de la ciudad.
El dárdano aprovecha la oportunidad y le pide ayuda a la Sibila para, siguiendo el mandato de su padre, acceder al Averno. Tras las instrucciones dadas por la Sibila, este le acompaña al inframundo.
Cruzan la Estigia con Caronte, y allí puede encontarse con héroes de la guerra como Héctor. Se adentran en la zona donde moran las almas bondadosas para buscar a Anquises, y allí le encuentran. Este, tras un rencuentro entrañable, le advierte que las almas buenas vuelven al mundo de los vivos reencarnados, y le muestra estos futuros personajes, tales como César, el propio Augusto (protector en cierto sentido del autor de la obra, Marcelo…) Eneas regresa del Averno, con algunas indicaciones de su padre para la guerra que se le vaticinó en Hesperia.

Sigue el viaje, y llegan a las vegas y el bosque del Tíber, por fin a la tierra prometida. Allí se asienta un pueblo, cuyo rey, Latino, tiene una hija, llamada Lavinia. Se produjo un augurio que vaticinaba que su hija había de casarse con un extranjero que vendría por el mar. Sin embargo, la princesa estaba prometida a otro rey de la zona, el belicoso Turno.
Latino, confiante en su augurio, ve con buenos ojos la unión de su hija con Eneas, al que recibe en su palacio. Allí acuerdan que los troyanos se asienten en aquellas tierras.

Juno, hastiada por la buena estrella del caudillo dárdano, envía a Alecto, erinia (o furia) encargada de castigar los delitos morales, para promover la guerra de los pueblos ítalos contra los troyanos; primero hechizando mediante una picadura de serpiente a la esposa de Latino, la reina Amata, para que esta convexa al rey de que mantenga el enlace programado con Turno, pero este no cede. Entonces la reina se lanza fuera del palacio a poner en contra a las mujeres contra el extranjero, argumentando que éste sólo traerá la guerra y la muerte a sus hijos. La erinia insufla también el odio a Turno, precipitando así la guerra entre dárdanos y rútulos (la alianza de pueblos ítalos). Venus, previendo la cruel lucha que había de producirse, le suplica a su marido Vulcano que fabrique para su hijo un escudo, espada y yelmo. Este sucumbe a las súplicas de su esposa y fabrica unas armas espectaculares para Eneas, con representaciones del futuro de los romanos, apareciendo en ellas figuras como Escipión y Julio César.

Eneas traba una alianza con uno de los pueblos dárdanos, los Palanteos, por recomendación directa del dios Tíber, dejando el campamento dárdano.
Las tropas rútulas atacan el campamento troyano, por tanto, en ausencia de su caudillo Eneas. Estos, siguiendo las indicaciones del hijo de Anquises, se defienden tras su empalizada, y Turno decide aprovechar para quemar sus naves para que los invasores no puedan escapar, pero la diosa Rea convierte los barcos en Ninfas. Estas, en el viaje de vuelta de Eneas al campamento, le advierten del cerco de los rútulos a sus compatriotas, con lo que el caudillo se da prisa en llegar a la batalla. Al llegar se traba una feroz batalla en la que muchos de ambos bandos pierden la vida, pero al ver que la situación se decanta para los troyanos, Juno se mete en la contienda con el aspecto de Eneas para confundir a Turno; este le sigue a un barco, engañado, y la misma Juno hace que la nave zarpe, alejándole de la batalla y evitando así que perdiera la vida.

Después de la batalla, algunos rútulos empiezan a plantearse cederle las tierras que se le prometieron a Eneas y darle la mano de Lavinia, pero Turno se opone frontalmente.

Las partes en lid acuerdan que la guerra se dirima en un enfrentamiento directo entre los dos líderes, Eneas y Turno. Juno, sabedora de la inferioridad de su protegido, urde una nueva estratagema para salvaguardar la vida de Turno y con ella la esperanza de que se cumplan los augurios de grandeza para los troyanos: manda a la hermana de Turno, con la apariencia de un veterano soldado rútulo, a insuflar vergüenza a los demás soldados por no batirse en batalla contra los extranjeros, provocando así el incumplimiento de los pactos y provocando una batalla general.

Tras varios avatares de la batalla en los que la hermana de Turno sigue protegiendo a éste, Eneas es herido y curado por inspiración de Venus, el suicidio de Amanta tras pensar que Turno había muerto… Júpiter se encara a Venus para decirle que le queda prohibido intervenir más en la guerra. Esta acepta, bajo la condición de que, tras la unión entre los troyanos y los latinos, el nombre de los extranjeros se pierda en el tiempo y lo engulla la historia. Tras esto se produce el enfrentamiento definitivo entre Eneas y Turno, del que sale victorioso el caudillo dárdano dándole muerte al líder rútulo.

El poema está inacabado. De hecho, el autor pidió que a su muerte, se prendiera fuego a su casa con toda su obra dentro. Augusto, a la muerte de Virgilio, no permitió que La Eneida fuera pasto de las llamas y mandó que se recuperara la obra antes de que se obedeciera la  voluntad del genial escritor.
Se trata de una obra que, aun carente de un gran rigor histórico, tiene un increíble valor si tenemos en cuenta que es uno de los pilares, junto con La Iliada y La Odisea, de la cultura occidental.