“Las noticias no pueden
ser más alarmantes”, como diría Manolo Kabezabolo.
Resulta que llegas un día y ves en el periódico una noticia que dice que en la
Unión Europea se ha disparado la tasa de obesidad, alcanzando casi las cifras
de los Estados Unidos. Los antaño esbeltos europeos ya no pueden mirar por
encima del hombro las titánicas barrigas y papadas norteamericanas; ya estamos
a su nivel: comemos la misma mierda.
Curiosamente, en los últimos años es más frecuente levantarse del sofá para ver quién llama al timbre el primero de noviembre que el día de nochebuena; el auge del dichoso Halloween frente a la castiza costumbre de pedir el aguinaldo; además, el mencionado Día de Todos los Santos, ha cambiado los huesos de santo y los buñuelos e ir a poner flores a nuestros muertos –somos lo que somos, nos guste o no- ir disfrazado de gilipollas casa por casa pidiendo caramelos y decorando calabazas. Y esto no es una simple cosa de niños, sino que llega con la complicidad de los papás y mamás de los más pequeños, y con la inestimable ayuda del marketing de grandes marcas, incluso con la publicidad de los telediarios.
Pero, evidentemente, estos dos ejemplos no tendrían apenas importancia
si no fueran, como creo que lo son, un reflejo de esa hegemonía –cierto que en
declive- del país con un presidente que es capaz de conseguir un Premio Nobel
de la Paz teniendo un Guantánamo bajo su responsabilidad.
Lo que realmente tiene importancia es que, ese país, haya tenido
influencia sobre Europa en la exportación de su modelo económico –y en
consecuencia social-.
El caballo de Troya fue la
conjunción del binomio Reagan-Thatcher. Como viene siendo recurrente en la
Historia Contemporánea, se dio una alianza ideológica entre las
administraciones de estos mandatarios. El famoso “there is not alternative” de la Primer Ministro Británica para
plantear su política económica ultraliberal fue el complemento ideal para la
OTAN. La excusa es la URSS y su demoníaca forma de economía marxista. Pero pronto
cayó el Muro…
Sin embargo había empezado a calar la doctrina económica de la Thatcher
–no olvidemos que importada de EEUU-, hecho que se materializó con el Tratado
de Maastricht en 1992. Ya no existía la excusa de la amenaza marxista, el
demonio había desaparecido y no había ya peligro de contagio, pero la élite
oligárquica Europea descubrió que le iba
la marcha; reflexionando sobre los criterios
de convergencia ya se intuía el camino que se había elegido para el Viejo Continente –y no me refiero al
antiguo Carrefour-: sobre todo en uno de los cuatro criterios, referido a la sostenibilidad de las finanzas públicas;
claro eufemismo de control de la deuda pública, elemento fundamental de la
economía keynesiana.
Así podemos entender las políticas llevadas a cabo en Europa desde
entonces, y más en concreto las actuales en el contexto de crisis económica
europea y mediterránea.