Está enmarcado
dentro de la Crítica Elitista de la
democracia, que se basa en la idea básica de que no existe la posibilidad de que se pueda alcanzar un gobierno que no
sea de unos pocos. La lucha por estar en la cúspide es feroz, sucediéndose
circularmente las élites, las cuales intentan perpetuarse empujando hacia abajo
mientras los aspirantes a la cúspide de la organización intentan acceder a lo
más alto, o bien desbancando a la que existía o incorporándose a ella. Esta
situación evidencia la ilusión democrática dentro de las organizaciones, a
pesar de que éstas pongan sobre la mesa mecanismos formales de democracia, como
la elección de delegados y de directivos, procesos de elecciones primarias…
Más en concreto,
el autor que nos ocupa basa esta idea sobre el estudio que realiza desde dentro
al SPD (el Partido Socialdemócrata de Alemania), extrapolándolo a todos los
partidos de masas.
Continuando, la
lógica de estos partidos –y de cualquier tipo de organización- es la siguiente;
el gran crecimiento de estas organizaciones provoca dentro del mismo una
división del trabajo y de una burocratización. Dicha división del trabajo en el partido exigida para su estructuración
en distintos ámbitos provoca una diferenciación clara entre los miembros de la
organización: por un lado, están los militantes que se dedican a la política
como actividad principal; en el otro lado se encuentra la mayoría a la que le
es imposible tal grado de implicación. Evidentemente, ambos grupos se van
alejando; aquellos que se dedican con exclusividad a los asuntos políticos se
encuentran en una posición sensiblemente mejor que los otros para conocer y
utilizar en su favor la dinámica del partido, es decir, gozan de una situación
de privilegio dentro de la organización; ergo, están en mejor disposición para
ocupar el poder. Esta élite manipula y/o instituye los mecanismos organizativos
para perpetuar su estatus.
A partir de ahí, Rubalcaba.
El partido deja de tener un fin socio-económico o de cualquier
otro tipo, y la organización se convierte en un fin en sí mismo; lo
que importa es estar ahí, ocupar un cargo de importancia dentro del partido e
intentar perpetuar esa posición el mayor tiempo posible. Se olvidan los fines
originales de la organización.
Las mayorías son un recurso que sirve de instrumento
para legitimar su lugar en la cúspide, revistiéndose de un áurea de
legitimidad democrática.
El ejemplo de la
situación de Alfredo Pérez-Rubalcaba dentro del PSOE viene siendo desde hace
tiempo perfecto para justificar, por lo menos, la parte de la teoría en la que
se afirma que la organización se convierte en un fin en sí misma, siendo lo
único importante para la élite la perpetuación de su situación de privilegio.
Es evidente,
desde el mismo momento en el que se conocen los resultados electorales de la
negra noche para el PSOE, aquel funesto 20 de Noviembre del pasado año, -si no
antes- que el exministro del Interior y exvicepresidente del Gobierno de José
Luis Rodríguez Zapatero no era el hombre que necesitaba la socialdemocracia
española; de hecho era la persona menos indicada después del propio Zapatero.
Después de poner
en práctica paso por paso el manual del
desencanto de la izquierda durante la gestión de la Crisis económica en el
gobierno, la cúpula política del PSOE, incluyendo como no podía ser de otra
manera el político Cántabro, debería haber desaparecido del panorama político
si lo que querían era que su partido pudiera hacer una política seria de
oposición al gobierno conservador entrante, o si simplemente querían que la
credibilidad de la izquierda no se viera aún más deteriorada.
Rubalcaba no es
nadie para echarle en cara al Gobierno del Partido Popular su injusta y suicida
política económica, puesto que el gobierno que él vice-presidía siguió una
línea, si bien no exactamente igual, muy parecida en su seguidismo a los dictámenes
de Europa en general, y al eje Merkel-Sarkozy en particular, destacando ante
todo la obsesión enfermiza del control del déficit, llegando a tocar lo intocable, la fórmula de la
felicidad, lo que ni se puede mirar si se pretende abrir procesos democráticos
como que un pueblo decida si quiere seguir formando parte de un estado o si no,
ni para cambiar una ley electoral a todas luces injusta: la sagrada
Constitución de 1978.
Por lo tanto, como no veo en su figura a un virtuoso
que se está dejando quemar políticamente por el bien de su organización y de la
izquierda, ni ninguna otra razón por la que debiera seguir en el cargo de
Secretario General –incluso como posible candidato a las próximas elecciones generales-
el Señor Rubalcaba está incapacitado y
deslegitimado para hacer la oposición que necesita como agua de mayo este país.
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