jueves, 1 de noviembre de 2012

Rubalcaba y la Ley de Hierro de la Oligarquía


Los grandes autores de la ciencia política y de las ciencias sociales en general son fáciles de reconocer; ves algo en las noticias y en seguida lo identificas con una de sus teorías, por muy concreta que sea la noticia. A esto me ha ayudado a darme cuenta el Señor Rubalcaba y el sociólogo Robert Michels.

 
El alemán –y nos estamos refiriendo, evidentemente, al segundo-, en su teoría más celebre, por lo menos dentro de la politología, nos propone un esquema teórico con las líneas maestras expuestas a continuación:

Está enmarcado dentro de la Crítica Elitista de la democracia, que se basa en la idea básica de que no existe la posibilidad de que se pueda alcanzar un gobierno que no sea de unos pocos. La lucha por estar en la cúspide es feroz, sucediéndose circularmente las élites, las cuales intentan perpetuarse empujando hacia abajo mientras los aspirantes a la cúspide de la organización intentan acceder a lo más alto, o bien desbancando a la que existía o incorporándose a ella. Esta situación evidencia la ilusión democrática dentro de las organizaciones, a pesar de que éstas pongan sobre la mesa mecanismos formales de democracia, como la elección de delegados y de directivos, procesos de elecciones primarias…

Más en concreto, el autor que nos ocupa basa esta idea sobre el estudio que realiza desde dentro al SPD (el Partido Socialdemócrata de Alemania), extrapolándolo a todos los partidos de masas.

Continuando, la lógica de estos partidos –y de cualquier tipo de organización- es la siguiente; el gran crecimiento de estas organizaciones provoca dentro del mismo una división del trabajo y de una burocratización. Dicha división del trabajo  en el partido exigida para su estructuración en distintos ámbitos provoca una diferenciación clara entre los miembros de la organización: por un lado, están los militantes que se dedican a la política como actividad principal; en el otro lado se encuentra la mayoría a la que le es imposible tal grado de implicación. Evidentemente, ambos grupos se van alejando; aquellos que se dedican con exclusividad a los asuntos políticos se encuentran en una posición sensiblemente mejor que los otros para conocer y utilizar en su favor la dinámica del partido, es decir, gozan de una situación de privilegio dentro de la organización; ergo, están en mejor disposición para ocupar el poder. Esta élite manipula y/o instituye los mecanismos organizativos para perpetuar su estatus.

A partir de ahí, Rubalcaba.

El partido deja de tener un fin socio-económico o de cualquier otro tipo, y la organización se convierte en un fin en sí mismo; lo que importa es estar ahí, ocupar un cargo de importancia dentro del partido e intentar perpetuar esa posición el mayor tiempo posible. Se olvidan los fines originales de la organización.

Las mayorías son un recurso que sirve de instrumento para legitimar su lugar en la cúspide, revistiéndose de un áurea de legitimidad democrática.

El ejemplo de la situación de Alfredo Pérez-Rubalcaba dentro del PSOE viene siendo desde hace tiempo perfecto para justificar, por lo menos, la parte de la teoría en la que se afirma que la organización se convierte en un fin en sí misma, siendo lo único importante para la élite la perpetuación de su situación de privilegio.

Es evidente, desde el mismo momento en el que se conocen los resultados electorales de la negra noche para el PSOE, aquel funesto 20 de Noviembre del pasado año, -si no antes- que el exministro del Interior y exvicepresidente del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no era el hombre que necesitaba la socialdemocracia española; de hecho era la persona menos indicada después del propio Zapatero.

 

Después de poner en práctica paso por paso el manual del desencanto de la izquierda durante la gestión de la Crisis económica en el gobierno, la cúpula política del PSOE, incluyendo como no podía ser de otra manera el político Cántabro, debería haber desaparecido del panorama político si lo que querían era que su partido pudiera hacer una política seria de oposición al gobierno conservador entrante, o si simplemente querían que la credibilidad de la izquierda no se viera aún más deteriorada.

Rubalcaba no es nadie para echarle en cara al Gobierno del Partido Popular su injusta y suicida política económica, puesto que el gobierno que él vice-presidía siguió una línea, si bien no exactamente igual, muy parecida en su seguidismo a los dictámenes de Europa en general, y al eje Merkel-Sarkozy en particular, destacando ante todo la obsesión enfermiza del control del déficit, llegando a tocar lo intocable, la fórmula de la felicidad, lo que ni se puede mirar si se pretende abrir procesos democráticos como que un pueblo decida si quiere seguir formando parte de un estado o si no, ni para cambiar una ley electoral a todas luces injusta: la sagrada Constitución de 1978.

 

Por lo tanto, como no veo en su figura a un virtuoso que se está dejando quemar políticamente por el bien de su organización y de la izquierda, ni ninguna otra razón por la que debiera seguir en el cargo de Secretario General –incluso como posible candidato a las próximas elecciones generales- el Señor Rubalcaba está incapacitado y deslegitimado para hacer la oposición que necesita como agua de mayo este país.


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