lunes, 19 de noviembre de 2012

Antidisturbios, o la piedra angular del sistema

El escritor Robert Graves, en su magnífico Yo, Claudio, nos ilustra lo decisivo de la Guardia Pretoriana en el mantenimiento del status quo en el sistema político y en las relaciones de poder en la época del Imperio de Roma: con la caída de Calígula, dicho cuerpo militar decide alzar a Claudio, un impedido y tartamudo de la familia real como nuevo emperador, no por su capacidad ni por cuestiones políticas, sino para mantener viva la institución, que no tendría sentido sin la figura del emperador en el sistema político del imperio, y evitar perder así sus privilegios económicos y sociales, más allá de los políticos.

En la España actual, en la de estos días, podría decirse que la nueva Guardia Pretoriana viste también con casco –un poco más discreto que los romanos, eso sí-, con porra –en vez de con gladio- y con escopeta de bolas –o simplemente con escopeta; ya comprobamos hace pocas fechas en Bilbao que ponerle apellidos a las escopetas es un claro ejercicio de eufemismo-.

Por muy injusto que sea el sistema –y con sistema me refiero al político-económico-social- y por mucho que vaya en contra de las mayorías y del común de los ciudadanos y del pueblo, el ejercicio del monopolio de la violencia legítima por parte del Estado hace imposible cambiar el status quo tan lesivo para el conjunto del pueblo.

El sistema se sostiene en última instancia sobre esos señores anónimos –nunca identificados- con el casco y el gladio cilíndrico de goma que se enfrentan a la ciudadanía con motivo de sus protestas para eliminar la posibilidad de que ocurra lo natural; que caiga ese sistema tan injusto para tantos.

No podré negar que todos los sistemas históricamente se han apoyado en la fuerza, como en el caso del propio ejemplo con el que empezaba estas líneas, o más tarde en el Absolutismo, por mencionar dos claros ejemplos. Sin embargo, nunca antes la legitimidad de la clase mandataria se había sustentado sobre el apoyo popular. En efecto, en la mal llamada democracia contemporánea se le otorga importancia de una forma desmedida –desmedida en el sentido de que los mecanismos de elección de mandatarios son a todas luces injustos, tanto por los sistemas y leyes electorales, como por la mecánica de controles de los medios de comunicación, fraude en las campañas electorales por las promesas casi nunca cumplidas, etc…- a las decisiones que el censo electoral toma cada cuatro años en relación con la elección de sus dirigentes.

Aquí esta el mayor logro de este sistemas; revestirse de una supuesta legitimidad concedida por la “mayoría” –las comillas y la cursiva con toda la intención posible del mundo- para poder mandar a la Guardia Pretoriana a enfrentarse y frenar a los opositores en nombre de la defensa y salvaguarda de la soberanía popular. Si se tratara de un sistema democrático, no se tendría miedo a que el los mas intervinieran en las decisiones políticas, o por lo menos a que estos se manifestaran y mostraran su reprobación hacia las decisiones tomadas en su propio nombre.

¿Qué hubiera pasado el pasado 25 de Octubre si los antidisturbios no hubieran actuado de dique separador entre el pueblo y la casta política? Quizá –yo estoy seguro- se hubiera dado una lección de civismo por parte del pueblo; y desde luego la hubieran dado los también mal llamados –en eso se basa el sistema, en llamar mal a las cosas- representantes.

Si no existiera ese dique, estoy seguro de que la política y el sistema en general sería mucho más justo y la tarea que llevaran a cabo los representantes del pueblo se asemejaría infinitamente más a lo que desea la gente.

Pero mientras exista esa barrera, esa Guardia Pretoriana, será imposible que se haga efectiva esa célebre frase tan brillante que dice que “un pueblo no debe temer a su gobierno, es el gobierno quien debe temer al pueblo”.

1 comentario:

  1. ¡Puto rojo de mierda! A tu casa mandaba yo un buen batallón de antidisturbios a enseñarte lo que es democracia de la buena. Me apunto el Yo, Claudio de Robert Graves. Un abrazo, my friend.

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