El marcado cambio
en el sistema de partidos de Grecia y
España a través de, respectivamente, Syriza y Podemos, -principalmente-
está suponiendo un acercamiento hacia la soberanía popular real a estos dos
Estados. Uno ya ha logrado acceder al
gobierno colándose entre los grandes partidos clásicos hegemónicos; el otro
tiene posibilidades reales de hacerlo también este mismo año.
¿Qué supone o
supondría que gobiernen partidos como los citados? Dependiendo de quién dé la
respuesta tendremos un discurso catastrofista u otro ilusionado, pero en ningún
caso encontraremos una respuesta indiferente.
Creciendo como ciudadanos
Sin embargo, esta
situación ha llegado hasta aquí, -por lo menos en España- empujada por la
sociedad civil, que ha ido cambiando de hábitos en cuanto ciudadanía,
pudiéndose hablar, creo que sin exagerar, de un cambio de cultura política en el país. Son, por lo tanto, estas
mutaciones en la forma de comportarse de la gente los que han permitido un incipiente
cambio de la Política
actual.
Porque uno de los
grandes logros de este proceso en España es haber recuperado para el debate y la discusión política a la mayoría de
la ciudadanía, que hasta entonces no ejercía como tal a nivel político. Las
clásicas respuestas de tipo “a mí la política no me importa”, o “yo
no tengo ni idea de política, paso de eso” son ahora mucho más difíciles de
encontrar entre el discurso popular. Se ha señalado con el dedo los
comportamientos incívicos y antidemocráticos practicados anteriormente que eran
aceptados con naturalidad; se ha hecho entender que lo normal no es dejar que
te roben señores con traje y corbata; se ha bajado a nivel de ciudadanos comunes
a los que toman decisiones en nuestro nombre y para nuestro beneficio a sabiendas de que nos
estaban destrozando las condiciones de vida para mejorar grotescamente la suya.
En definitiva, se ha conseguido alimentar y dar instrumentos para desarrollar
una ciudadanía consciente y crítica.
Reflejo de esto,
y señal inequívoca de que la fuerza de este rearme ciudadano es real, es que los
medios de comunicación y el establishment que es objetivo de sus críticas hayan
adoptado su propio lenguaje. No sólo han entrado, aunque tarde y mal, en el
debate de ideas –con el 15M no querían hablar, decían que lo que tenían que
hacer era canalizar esas demandas democráticamente, refiriéndose con esto a institucionalmente-,
sino que, más sintomático aún, han adoptado el lenguaje y entrado en la
dialéctica del propio movimiento.
¿Qué periodista o incluso político no utiliza
el término casta para referirse a ella? ¿En qué debate de medios de masas no
sale a relucir? Podemos, reflejo político del proceso ciudadano del que
hablamos, invirtió potentemente en esa designación durante sus orígenes (sí,
parece exagerado hablar de los orígenes de Podemos como de algo alejado
en el tiempo) y ya se ha asumido como un concepto totalmente aceptado; aunque
sea usado para decir que tal no existe. Y la importancia que tiene eso la
explicaba un profesor –por cierto, con coleta, y muy joven…- a través de la
siguiente idea: ponerle nombre a las
cosas es ejercer poder. Es decir, colocar las etiquetas y que sean
aceptadas, implica poder. Y es lo que ellos consiguieron desde el mismo momento
de su nacimiento. Señalaron a todos aquellos que encierran los adjetivos que en
el imaginario social se le atribuye a la clase política, y de una forma tan
gráfica y simple quedaron etiquetados.
Otros logros de
este proceso, y quizá uno de los más interesantes desde un punto de vista
sociológico, es la veloz vertebración ciudadana que han supuesto las denominadas mareas
ciudadanas, rompiendo de pronto ese tan típico al mismo tiempo que evidente
convencimiento de que los países del sur de Europa tienen (sufren) unas
sociedades invertebradas, que impiden cualquier tipo de reivindicación
ciudadana organizada capaz de enfrentar de forma eficiente la
institucionalización que se requiere y se necesita para embestir a modo de
ariete contra el Leviatán jurídico-administrativo de los Estados. Probablemente
ha esto hayan ayudado las nuevas tecnologías con sus nuevos canales de
comunicación en red; y de esto mismo se desprende la importancia decisiva de la
juventud en todo este proceso.
Recuperando la soberanía
La fuerza de las medidas que se esperan por parte de SYRIZA
(ΣΥΡΙΖΑ), en especial las que hacen referencia a los temas más trascendentes en
economía (auditoría de la deuda pública, subir los impuestos tanto a las rentas
más altas como el de sociedades para grandes empresas, prohibir los derivados
financieros especulativos, nacionalizaciones de empresas de sectores
estratégicos, rebajas fiscales para productos de primera necesidad, cobertura
sanitaria pública gratuita para las personas desempleadas, sin hogar y/o sin ingresos
suficientes…) supone una decidida toma
de las riendas del destino de un Estado por parte de la nación a través de la
política. Y decir esto es lo mismo que, que la ciudadanía administre sus
propios bienes y recursos nacionales en pro del interés general. Y este interés
general no se trata de ninguna figura retórica izquierdista ni de ninguna
utopía irrealizable; ni siquiera de un concepto simplemente que utiliza la
ciencia política. Supone, simplemente, anteponer el interés común de un pueblo
a los beneficios individuales, especulativos e inmorales de unos pocos, con
nombres y apellidos. Cuando existe una situación generalizada de pobreza debido
a un modelo de gestión de la crisis en la economía, en la que los únicos
beneficiados son los que no necesitan ayuda, y en la que se sacrifica y se deja
de lado a la generalidad de la población, se evidencia que el concepto democracia
está muerto. Principalmente porque han sido decisiones adoptadas por la
oligarquía política.
Las medidas que
intenciona llevar a cabo SYRIZA están orientadas a retomar el control, a
anteponer el bienestar ciudadano a la lógica de la rapiña, a dar de comer a la
gente frente a lanzar a los buitres contra ellos.
No se trata de
negar la economía de mercado en este momento; es simplemente salvar de la pobreza y la miseria a todo un
pueblo.
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